sábado, septiembre 09, 2006

Minuciando en la rutina diurna


Al subir al bus, el escándalo causado por el llanto de un niño con calor a medio pasillo obligó a un pasajero a cerrar la ventana enfrente del asiento del chico con su mamá. El conductor observó sin cuidado la escena por uno de sus espejos retrovisores. Se limitó a recibir mi pago del pasaje y cortar el boleto escolar sin mucha atención. Luego de tan cotidiano contrato, eché una mirada rápida por todo el interior del bus. No encontré a nadie conocido, ni algún asiento cercano disponible, por lo que inmediatamente me dirigí al final del pasillo a sentarme. Luego de ubicarme, volví a mirar todo el interior del bus, ahora desde otro ángulo. Los demás pasajeros intercambiaron conmigo miradas recelosas. Durante unos dos minutos participé en diálogos sordos a los que fui arrastrado de manera negligente y de los que me escabullí con cierta dificultad. Una vez terminada la intrascendente escena, observé la estructura del bus. Evidentemente, se trataba de un modelo nuevo, de uno o dos años máximo de antigüedad, lo cual se notaba tanto en la visual como en la comodidad y rapidez de la máquina. No se divisaban calcomanías o adhesivos en ningún lado, por lo que deduje que el conductor era muy conservador, o simplemente el bus no era suyo. Pero los asientos eran un cuento diferente, gracias a las manifestaciones gráficas de algunos pasajeros (generalmente escolares). Me dediqué bastante a la observación de los dibujos. Casi todos eran formas vagas pugnando por alguna denominación. Lamentablemente no manejo el significado de los símbolos del hip-hop, por lo que la tarea de identificación fue bastante difícil, en algunos casos imposible. Sólo logré identificar declaraciones de amor e improperios varios dedicados a quien se llame Ernesto y Pamela. Al parecer resultaba más interesante explicitarlos en un asiento de un micro que decirlos personalmente…

El bus cesó la marcha en casi todos los semáforos de la calle. Unas cinco cuadras adelante se detuvo a tomar pasajeros (en un paradero no autorizado por cierto). Subieron dos niños y una señora (al parecer la mamá), quien los empujaba y mandaba a sentarse inmediatamente antes de que el bus entrara en movimiento. La máquina comenzaba a emprender la marcha cuando de pronto frenó bruscamente, y luego subió una joven. Vestía una chaqueta azul que me parecía conocida. Luego de pagar su pasaje se volteó hacia el pasillo, y logré identificarla: era una amiga. Ella tardó unos segundos más que yo en identificarme (quizás producto de la lejanía de mi asiento o del tiempo que llevábamos sin vernos). Nos saludamos. Por suerte al lado mío había un asiento desocupado. Ella se acercó con cierta dificultad (el bus comenzó a moverse bruscamente producto de la deficiente mantención municipal de la calle), y se sentó al lado mío. Entablamos una conversación ligera, destinada más que nada a temas de familia y estudios. Mientras la escuchaba hablar sobre su carrera aproveché de echar una mirada hacia la calle por las ventanas del bus. Íbamos ya en Libertad con 12 Norte. Poco tráfico vehicular (diría que se limitaba completamente al transporte de personas a sus trabajos o a sus colegios), pero mucha gente en los paraderos. Afortunadamente, en un sólo paradero de la avenida esperaban el bus en que nos trasladábamos, porque de no ser así mi puntualidad correría peligro. El bus volvió a detenerse para que subiera un señor vestido de terno y unos cuantos estudiantes (no sé por qué me pareció que eran de la USM). El conductor entabló una discusión con uno de ellos (al parecer debido al comprobante de matrícula mostrado en vez del pase escolar), luego de la cual el estudiante pudo pasar. Por el espejo retrovisor pude observar el cambio notable en la cara del conductor. Ahora miraba con evidente desgana. Al parecer el tráfico a esas horas no ayudaba mucho a levantar el ánimo matutino.

Ya llegábamos a 1 Norte y la verdad es que yo no había puesto mucha atención a lo que me decía mi amiga. Pude darme cuenta de ello por su cara de decepción y su repentino silencio. El bus cambió de pista prestándose a cruzar el puente en dirección a la plaza de Viña. Me incorporé en el asiento y me despedí anticipadamente de mi amiga, la cual devolvió el gesto a duras penas. Me levanté de mi asiento y esperé mi parada de pie (no tenía caso seguir sentado al lado de una mujer molesta, lo cual para algunos sería considerado más una contraindicación que algo infructífero). Al cambiar a verde el semáforo, el bus emprendió la marcha bruscamente (violencia comprensible debido al estado anímico deteriorado del conductor, y a la presencia de un bus del mismo recorrido al lado de la máquina), por lo que la llegada a mi punto de descenso fue casi instantánea. Toqué el timbre de parada. Con un gesto casi autómata, el conductor accionó un interruptor verde (al parecer) en su tablero, con lo cual se abrió la puerta delantera. Tuve que tocar nuevamente el timbre para que se abriera la puerta trasera por la cual descendería (quise creer que el timbre anterior no había sido escuchado debido al tráfico). Antes de bajar el último escalón, miré hacia mi amiga y le hice un gesto de despedida, el cual esta vez no fue respondido. Sin nada más que hacer, bajé el último escalón y salté hacia la calle. Dispuse mi bolso en mi hombro izquierdo y miré mi reloj. Eran las 9:26. Mi llegada a la ECUM sería a la hora justa, si no atrasada algunos minutos, producto de un comprobante de matrícula que, según la observación del conductor del bus, era de dudosa procedencia.